Mujeres del alma mía
Siempre es agradable leer a Isabel Allende (Lima, Perú; 2 de agosto de 1942). Cuenta las historias desde un punto de vista femenino y divertido que atrapa. No todos sus libros son buenos, pero se ha mantenido escribiendo y aprendiendo sin parar para deleite de sus lectores. Me gusta leer ficción casi exclusivamente, pero reconozco que disfruté leyendo Mujeres del alma mía (Plaza & Janés), escrito ya en tiempo de pandemia.
Sus reflexiones y la breve historia de su propia relación con el feminismo, la perenne violación de derechos humanos de las mujeres, en todas las culturas y en todos los tiempos, están bien documentadas. Las historias personales que intercala, con una voz y una cadencia que nos suena familiar—la siento más venezolana que chilena—, distraen el tono de discurso del texto. Es un libro corto y fácil de leer; nos recuerda las terribles injusticias que sufren las mujeres en el mundo, en donde por ahora mandan los hombres y la historia la han escrito ellos.
Al final, reflexiona acertadamente sobre la pandemia, ésa que ya lleva más de un año y que ha sacado lo mejor y lo peor de los seres humanos. En estos tiempos, como en las guerras, las hambrunas, los desastres naturales y otros cataclismos, las mujeres y los niños son los más vulnerables.
Hace un llamado a que nos unamos y a que juntas trabajemos por la igualdad de género que tanto ha costado. Su punto de vista liberal, inclusivo y moderno es refrescante, y el poco pudor con el que cuenta detalles de su vida personal es muy divertido y le presta al texto sabor de novela.
Mujeres que matan
Rafael Arráiz Lucca (Caracas, Venezuela, 3 de enero de 1959) se adentra en el mundo casi exclusivamente femenino de los clubes de lectura con una novela triste pero satisfactoria. Es triste porque refleja la destrucción y el deterioro de la vida de una ciudad, en un país innombrado que es gobernado por la bota militar donde la tortura es común, y las muertes, las agresiones y las injusticias no tienen a quién reclamarse. Los jóvenes que pudieron emigraron buscando nuevas oportunidades; sólo quedan los mayores que tratan de mantener una vida lo más digna posible en el caos generado. Es también satisfactoria, porque trasmite la posibilidad de venganza; la ficción nos da el placer de cobrar con creces el daño que se hace. Es extraño sentirse feliz con la violencia, ver a los torturadores torturados y cobrar con la vida de los asesinos las de los seres amados.
A pesar de que es una historia de mujeres, los personajes femeninos están algo desdibujados; es el personaje masculino el que se muestra más claramente. Las motivaciones femeninas sí están claras y son las que mueven la trama. (Es un libro de auto ayuda, de ésos que las Hormigas han rechazado leer; es eso lo que detona la acción. Creo, por tanto, que es mejor que sigamos sólo con ficción para evitar encontronazos inconvenientes).
La historia comienza con un suicidio que parece venir precedido por otros, todos de mujeres sin destino de ese mundo sin futuro. A pesar de la tragedia que relata, Mujeres que matan pudiera dejar para algunos un buen sabor en la boca: el sabor de la venganza, ésa que se sirve fría y que tanta gente ha soñado despierta durante más de veinte años. NS
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