Son los propios españoles quienes mas deforman lo que es una lengua lógica y perfecta, nuestro castellano. Unos 500 millones de habitantes lo hablan, siendo el segundo idioma en el mundo tras el chino mandarín, éste con más de 1.100 millones de parlantes.
Buena parte de la erosión se produce en el habla, el modo de pronunciar. El chef estrella de Antena 3, el vasco Karlos Arguiñano, dice en una de las cuñas de promoción de Cocina abierta, su programa: “Nuovos programas, nuevas recetas”. (También se escucha “luogo” en lugar de “luego”). La letra ese se convierte en jota, y el enlace de las palabras—a veces cortadas—se modifica: “Loj trej junto,” “Treje en total”, “Muchísima gracia”. Y se oye decir “dao” por “dado”— Dao es un apellido de gran extensión en el Mundo—o “Fíja te”, para hacer énfasis en el pronombre personal del imperativo “fíjate”.
Finalmente, los españoles parecen tener dificultad prosódica con las sílabas “tla” o “tle”, y dicen: “At lántico”, “At lético de Madrid”. ¿Cómo tuviera que pronunciarse “Tlatelolco”?
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Pasemos de la fonética a la sintaxis.
Un vicio que ha llegado a América consiste en emplear el tiempo condicional—sin nombrar la condición—en vez del subjuntivo de primera o segunda forma: “Yo debería irme a casa”, en lugar de “Yo debiera—o debiese—irme a casa”.
También, uso incorrecto del plural: “Si se quieren ver cosas nuevas” (oración impersonal cuyo sujeto debe suponerse en singular).
En castellano, el verbo concuerda en número (singular o plural) con el sujeto, no con los complementos de la oración. Así, es incorrecto decir o escribir «Se ponen inyecciones» o «Se hacen viajes y mudanzas»; debe usarse «Se pone inyecciones» y «Se hace viajes y mudanzas». A tales oraciones se las conoce como cuasirreflejas, oraciones impersonales (que carecen de sujeto) con apariencia de reflejas. Una oración refleja es una en la que la acción del sujeto recae sobre sí mismo; por ejemplo, «Yo me peino», «Ella se baña». (Las inyecciones no se ponen a sí mismas). En cambio, «Hubo manifestaciones» es una oración impersonal, cuyo sujeto no existe o no está especificado, como en «Llueve». Nadie es el sujeto de esta oración, y la regla es que en las oraciones impersonales el sujeto se presuma en singular: «Llueve a cántaros» o, más claramente, «Llueve sapos y culebras», no «Llueven sapos y culebras». Uno escribe «Él comió tres arepas», con el verbo en singular aunque su complemento esté en plural, y «Ellos comieron un mango cada uno», con el complemento directo en singular y el verbo en plural para concordar en número con el sujeto. (Crimen y Castilla).
También es común el empleo de un adjetivo en lugar de un adverbio: “Argentina, previo a las elecciones primarias”, en vez de “Argentina, previamente a las elecciones primarias”.
Asimismo, nuevos sentidos para un término: “Burda de comida”, frase que designa abundancia de alimento. O “Hablamos tipo tres y media de la tarde”, lo que significaría “como a las tres y media de la tarde”.
Y dos preposiciones seguidas no son buen castellano: “A por ello”.
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El suscrito tuvo la suerte de aprender la correcta gramática española con el profesor de Castellano y Literatura Antonio Pons, en el segundo año de bachillerato en el Colegio La Salle de La Colina. Nuestro libro de texto era Composición, de Joaquín Añorga, descargable en este enlace.
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Dos son las grandes obras de gramática de nuestra lengua; 1. la de Antonio de Nebrija—Gramática castellana, publicada el 18 de agosto de 1492 (dos meses antes de la llegada de la flota de Cristóbal Colón a América); 2. la de nuestro compatriota Andrés Bello—uno de los maestros de Simón Bolívar, diplomático que fue a establecerse en Chile, donde fue Rector de su universidad y autor de su Código Civil—, su Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos, de 1847. En el siguiente enlace puede descargarse la obra en formato .pdf:
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