
Un novelista cuarentón
Cuarenta años cumple Juan Gabriel Vázquez este año, el escritor de El ruido de las cosas al caer. Es un escritor joven pero ya maduro que logra expresar los sentimientos y dolores de un pueblo que se ha hecho viejo de tanto sufrir. Alfaguara premió este trabajo con ciento setenta y cinco mil dólares en el año 2011.
Esta novela enfrenta la herencia de realismo mágico que pesa sobre los escritores paisas, plasmando en sus páginas la más abrumadora realidad. Se desarrolla en época de tránsito generacional, después de la sangrienta guerra del mítico Pablo Escobar, con el peso de diez mil muertos en sus espaldas y la mancha de la cocaína que nevó sobre los colombianos por más de una década.
Supongo que para los lectores europeos la historia es apasionante. A mí, como vecina venezolana, no me conmovió. La noticia de los hipopótamos y otros desdichados animales africanos, abandonados a su suerte, la conocí y sufrí en su momento, y la historia del la guerra de los carteles está de moda, gracias a la difundida teleserie El amo del mal; la conozco y me asquea. Sí me interesó el accidente de aviación que marcó de por vida la cara de uno de los personajes, el 24 de julio de 1938 en Bogotá, cuando a un héroe de la aviación se le ocurrió hacer una acrobacia insólita y tan loca como él, que arrasó con la vida de sesenta y cinco personas y casi mata a tres presidentes de Colombia (Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos y Misael Pastrana Borrero); algunos hombres piensan que son niños eternos y hacen destrozos con sus amados juguetes. También un 24 de julio, pero de este año, un conductor de tren jugó con la velocidad del suyo y mató a setenta y nueve personas en España. Eso sin contar todas las vidas y las historias de las familias que quedaron marcadas para siempre por un momento de imprudencia.
Es muy interesante saber de la intervención de los gringos en las sociedades latinoamericanas con sus, pienso yo, bien intencionados Cuerpos de Paz. Esos muchachos traían el sueño de hacer menos pobres a los campesinos, enseñándoles normas básicas de higiene y nuevas técnicas en los cultivos y en la ganadería, pero la transculturación es mutua y se aprende tanto lo bueno como lo malo. Se llegó a pensar que venían en oleadas de evangelización para borrar a los católicos de América Latina, ya que no formaban parte de la Alianza para el Progreso sino que eran una agencia federal independiente de los Estados Unidos. Sus vidas quedaron entremezcladas para siempre con las nuestras y una de ellas está relatada en esta novela.
El ruido de las cosas al caer refleja bastante bien la “inocencia” de la época, dibuja a grandes rasgos la generación Paz y Amor, aquella que quería cambiar al mundo y alejarlo de la guerra con rock and roll, amor libre y hierba. Estaba convencida de lograrlo, sin contar con que el dinero y quienes lo ambicionan más que otra cosa, que son muchos, lo devolverían a la violencia irremediable.
Muchas veces me pregunto qué hubiese pasado si en los años sesenta hubiesen legalizado el uso de la mariguana, así como se hizo antes con el alcohol. Tal vez se hubiese evitado, como dice el Presidente de Uruguay, José Mujica: “un mercado clandestino con reglas feroces, un monopolio de mafiosos, donde se generan los peores efectos sociales producto del narcotráfico”. ¡Cuántas muertes no se hubiesen evitado, cuántos malandros menos hubiésemos tenido, cuántas familias no se hubiesen salvado de historias como ésta, cuánto menos ruido de cosas cayendo hubiésemos escuchado! NS
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