Un pajarito me dijo que algunas Hormigas disfrutaron la entrada con el cuento de Alí Babá y los cuarenta ladrones, incluyendo la música de Rimsky Korsakoff* que la acompañó. No aguanto dos pedidas, así que esto es un bis. (En un concierto o en un espectáculo teatral, pieza o fragmento, a veces repetición de algo interpretado antes, que se ofrece fuera de programa para responder a los aplausos o a la petición del público. Diccionario de la Lengua Española). Por los mismos ejecutantes, la Orquesta del Concertgebouw Real de Ámsterdam**—gebouw: edificio, construcción—y Kiril Kondrashin con la batuta, acá está el último movimiento de la suite (Festival en Bagdad. El Mar. El barco encalla contra un acantilado coronado por el Jinete de Bronce – Allegro molto — Vivo — Allegro non troppo maestoso).
Buen provecho. LEA
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* Nikolái Andréyevich Rimski-Kórsakov (…) fue un compositor, director de orquesta y pedagogo ruso miembro del grupo de compositores conocido como Los Cinco. Considerado un maestro de la orquestación, sus obras orquestales más conocidas—el Capricho español***, la Obertura de la gran Pascua rusa y la suite sinfónica Scheherezade—son valoradas entre las principales del repertorio de música clásica, así como las suites y fragmentos de alguna de sus quince óperas. Scheherezade es un ejemplo de su empleo frecuente de los cuentos de hadas y temas populares. (Wikipedia en Español).
** Es tenida desde hace años como la mejor orquesta del mundo. (“Otra herencia recibida de Rafael, otro de sus dogmas, es el aprecio insuperado por la Orquesta Real del Concertgebouw de Ámsterdam; con él aprendí a apreciar su precisión interpretativa, sedosa y opulenta—adjetivo favorito de Rafael—, bastante antes de que la revista británica Grammophone la ubicara en 2008 como la mejor orquesta del mundo”. Nuestro insólito Rafael Sylva).
*** Cuando Rimsky ensayaba la Orquesta de San Petersburgo para la première de su Capricho, los músicos le aplaudían calurosamente al cabo de cada una de sus secciones, en reconocimiento a la hermosura y fuerza de sus temas y la excelencia de la orquestación. (Tchaikovsky lo declaró “colosal obra maestra de la instrumentación”). Rimsky, conmovido, solicitó permiso de la orquesta para dedicarle la pieza—no sólo colectivamente—, lo que hizo al publicar la partitura con los nombres impresos de todos y cada uno de los ejecutantes. La tesis de la elegancia.
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¡Bellísima! Gracias.
Estoy flojito. Recordé una crónica breve de Rodolfo Izaguirre, quien fuera Director de la Cinemateca Nacional, titulada Rimsky. Acá la transcribo:
Rimsky
Rodolfo Izaguirre
Lunes, 21 de noviembre de 2011
Aprovechábamos las fechas patrias, los puentes festivos y las vacaciones para irnos a Valera porque allí vivían los familiares de Adriano González León, Carlos Contramaestre, Marcos Miliani, Alfonso Montilla, David Alizo y otros conocidos trujillanos.
Desafiábamos las inclemencias de la trasandina y durante el viaje recitábamos poemas, cantábamos canciones recopiladas por García Lorca y boleros que rogaban a Dios mitigar las penas de amor. Lo que mirábamos nos parecía escapado de algún cuadro de Cezanne y el cielo, por momentos, era el que pintaba Vlaminck. ¡Qué alegres éramos; qué brillantes e irresponsables! Félix Guzmán chocó contra el borde de un puente y como única explicación del suceso dijo que el puente estaba mal diseñado.
En Trujillo nos esperaban los tragos, los viajes alocados hacia Escuque y a la casa de Ramón Palomares y allí mismo, en el Alto de Escuque, el agua de manantial de las tías de Adriano parecía brotar del Árbol de la Vida que está en el centro del Paraíso Terrenal. A pesar del oprobio de la dictadura militar de Pérez Jiménez, que tanto pesaba sobre nosotros, nos sentíamos libres y bellos por la única razón de sabernos poetas y de asociar el esplendor de la naturaleza que respirábamos por los ojos con el deslumbramiento que la poesía removía en nuestros sentidos, cada vez más despiertos y ansiosos.
Aquéllos fueron y continúan siendo momentos gloriosos en mi vida y una manera digna que encontré para oponerme al fascismo ordinario del perezjimenismo. Han transcurrido sesenta años y con el mismo vigor, voluntad y esperanza avanzo sin cautela ni temor alguno en mi último viaje hacia la democracia venezolana arrebatada desde hace doce o trece años por otra ingrata sacudida fascista y populista. Trato de beber nuevamente el agua pura como el cristal que brota del Árbol de la Vida y quiero emerger, bañado en nuevas aguas lustrales y mirar con renovada alegría el amanecer de la democracia en el país.
En uno de aquellos viajes de jubilosos arrebatos llegamos a Trujillo, la capital del estado.
Orgulloso, mostré a mis amigos la casa donde se firmó el Decreto de Guerra a Muerte, convertida en museo histórico, y comenté que Pablo Izaguirre Colmenares, mi papá, la alquiló durante la presidencia del general Emilio Rivas en los últimos tiempos del gomecismo y allí fui concebido.
Celebramos la revelación de tan notable acontecimiento en la terraza de un bar y allí reímos, hablamos de literatura y mencionamos a Laudelino Mejías y la delicadeza de «Conticinio», el vals instrumental que compuso en el silencio de una noche en 1922. Desde una mesa cercana nos miraban y escuchaban tres hombres vestidos de dril y sombrero. Lugareños, con toda evidencia, y uno de ellos se levantó y se acercó a nuestra mesa. Se quitó el sombrero, saludó a los jóvenes que él suponía de visita en la ciudad y dijo: «Han mencionado ustedes a nuestro Laudelino. Bueno, si bien Alemania tuvo su Beethoven y Rusia su Rimsky y su Korsakov, ¡Trujillo no es de menos y tiene a Laudelino Mejías!» Nos levantamos, aplaudimos y los invitamos a compartir nuestros tragos. Durante el jolgorio, uno de ellos me dijo: «¡Conocí a Laudelino. Era un hombre feo, pero dulce!» Lo que me maravilló, además del orgullo con el que mencionaban a Laudelino, fue la generosidad con la que aquel hombre, sin pedir nada a cambio, regalaba a Rusia un nuevo compositor llamado Korsakov.
De manera que desde entonces agrego a parejas ilustres como Ortega y Gasset; traumatología y ortopedia o «Gualberto y Barreto», la formada por Rimsky y Korsakov: dos músicos ilustres que surgieron de pronto en un bar de Trujillo junto al nombre indeleble y sonoro de Laudelino Mejías.
¡Grande Rodolfo! ¡Qué manera de escribir hasta ahora con más de 90!