Enamorarse es sentirse encantado por algo, y algo sólo puede encantar si es o parece ser perfección.
José Ortega y Gasset
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Una invitación de Las tulipanas, club de lectura en el que tengo varias amigas, me ofreció pretexto para volver a Javier Marías. Quisieron escuchar mi opinión sobre Los enamoramientos,novela que ya habíamos trasegado entre Las Hormigas. He aquí algunas de las ideas que llevé a la bella casa de Juana Velutini, en tarde lluviosa y encantadora.
El escritor, traductor y editor de literatura española contemporánea Javier Marías Franco nació el 20 de septiembre de 1951, en Madrid, España. Es hombre tranquilo, de gestos pausados y reflexivos, de ojos claros y vigilantes.
Javier es, por supuesto, hijo del gran Julián Marías, republicano, profesor y filósofo, discípulo famoso de Ortega y Gasset. Su padre fue un personaje académico muy importante en España a quien un amigo y colaborador traicionó acusándolo falsamente ante “El Caudillo”, Francisco Franco, de reunirse con comunistas y escribir para el periódico Pravdade la antigua Unión Soviética. De inmediato fue apresado. Cuando finalmente lo liberaron, le prohibieron enseñar en la universidad y publicar en la prensa. Corrió con suerte, pues por menos de eso era aplicada la pena de muerte en aquella dictadura. La familia tuvo entonces que emigrar a los Estados Unidos. Unos pocos meses antes había nacido Javier; por eso sus padres siempre le dijeron el bebé americano.
No es raro, por tanto, que el tema de la delación esté siempre presente en la obra de Marías.
…la delación es una de las actitudes más bajas y ruines que puede hacer el ser humano…, tanto me repugna que en ocasiones me pregunto si denunciaría a la policía un hecho delictivo del que tuviera conocimiento. Lo haría, casi seguro, pero sentiría un cierto rechazo, una extraña resistencia a dar un soplo. El soplón es peor que el asesino. Quien mata se encarga de llevar a cabo su cometido, el delator busca a un tercero para que lo haga por él…
Ya su madre había sufrido la censura del régimen franquista. Había querido publicar una antología literaria—España como preocupación—, pero los censores, al verla firmada por Dolores Franco, y con ese título, la prohibieron.
Javier es un hombre reservado. Pareciera no querer sentirse espiado o invadido por lo exterior. Defender su intimidad a ultranza es parte de la personalidad de este genio de las letras españolas.
Hace veinte años era impensable que llegara un día con miles de cámaras en calles, tiendas y supermercados… No tengo móvil, no tengo ordenador, no uso e-mails…, tomo mis medidas. Pero lo más atroz es que la gente parece aceptar con tranquilidad esa vigilancia por esa cosa maldita de la seguridad. El otro día escuché a una monja que decía que le parecía muy bien esa nueva máquina que te desnuda en los aeropuertos… ¡en fin!
El haber crecido en los Estados Unidos y ser perfectamente bilingüe lo convirtió en un insigne traductor, que enaltece el oficio de decir en español lo que grandes de la literatura escribieron en inglés.
Siente que sus traducciones son, en el fondo, libros propios porque llevan su palabra, su interpretación. Él da voz a las historias de otros: “El traductor no es sólo un lector privilegiado, como se dice a menudo. Es también un escritor privilegiado si lo que le toca es reescribir en su lengua una obra maestra”.
Como lleva siempre un alfiler del siglo XIX con la imagen del Bardo, comenta:
…siempre me han acusado de extranjerizante, me hace gracia llevar a Shakespeare en la solapa, aunque, claro, Shakespeare ya no es extranjero en ningún lugar. (…) Shakespeare… me invita a escribir. Es tan misterioso a menudo, dejó tantas cosas sugeridas e inexploradas, abrió tantas bocacalles por las que no llegó a adentrarse, que por eso me resulta ‘fértil’ y un acicate. Lejos de disuadirme, me incita a escribir.
Usa, además de la ficción, a la realidad como tema en su máquina de escribir. Y opina:
…uno es más verdadero y más sincero en la ficción que en los artículos de prensa. En estos últimos uno intenta “ayudar”, no ser demasiado pesimista, no desalentar en exceso al lector de prensa, es decir, uno es en ellos un ciudadano que se dirige a sus conciudadanos, con cierta responsabilidad. En las novelas el ciudadano no entra ni sale, no es uno quien habla con su propio nombre, y en ellas se puede permitir mostrar las cosas tal como verdaderamente cree que son, o decirlas a través de las reflexiones del narrador o de los personajes.
Sus artículos son muy buscados e importantes, aunque diga: “Tengo la sensación de que los políticos ya no escuchan nada y a los articulistas, en ocasiones, nos asalta un presentimiento de inutilidad”.
Fue profesor universitario en Oxford, en Wellesley College y en la Complutense de Madrid, pero es también rey—King Xavier I—del Reino de Redonda (su editorial), título que no se hereda por la sangre sino por la letra. Ha repartido títulos de nobleza a Mario Vargas Llosa, Antonio Pérez Reverte, Pedro Almodóvar, Francis Ford Coppola… Marías devenga, además, el gran honor de sentarse en el sillón R de la Real Academia de la Lengua Española.
Ha escrito mucho, pero yo sólo he leído dos de sus novelas: Corazón tan blanco en 2006 y Los enamoramientos en 2011. Bastaron ellas para trasformar mi criterio como lectora y la segunda para hacerme irreversiblemente su admiradora, a pesar de lo que él piensa: “Al terminar de escribir mi novela Los enamoramientostuve tantas dudas respecto a su interés que estuve a punto de no publicarla, o al menos consideré seriamente esa posibilidad…”
En sus novelas, el narrador siempre sufre un trastorno que modifica la normalidad de su vida. Este narrador, probablemente el mismo Marías que deja trazas de su vida privada en sus novelas, es un personaje que está en contacto íntimo con las palabras. Generalmente es escritor o traductor, es editora o intérprete, traductor simultáneo o profesor de lenguas. Todos tienen <em>“la cabeza llena de palabras”</em> y una capacidad de hacer asociaciones que <em>“crean parentesco entre la cosas del mundo”. </em>Quien narra busca las respuestas, escucha por los rincones, extrae confesiones de las conversaciones pero nos informa muy poco sobre sí mismo y nunca revela su identidad por entero.
Javier Marías inicia las historias con un hecho, muchas veces trágico, que despierta la curiosidad del lector, la que mantiene hasta el final del libro, donde se consigue respuestas aunque no del todo claras, soluciones paradójicas. Sus novelas están llenas de indecisiones, espacios entre dos o más alternativas que son ampliamente desarrolladas. Las historias están llenas de contradicciones, de lo que pudiera haber sucedido si…, de las posibilidades de ser y probabilidades de suceder.
Las novelas de Javier Marías no son un continuo, no son de aquellas donde el autor toma un personaje para no soltarlo hasta el desenlace final. En las suyas el autor se detiene, discurre. De pronto abandona a unos personajes en sus historias y se ocupa, al detalle, de otros; pareciera que comienza a contar el mismo cuento varias veces. Cada historia y cada personaje crean vínculos que acaban por hacerse claros y dar camino al desenlace de la novela. Marías dice no escribir con un plan previo, pero entonces tiene el don de hilar historias.
Me sucede con Marías que, al leerlo, me sorprendo de haber pensado en ocasiones lo mismo que él. Cuando habla de su patria, en algunos de sus artículos me trae reminiscencias. Claro que él lo dice mejor:
Este es un país en el que uno entiende que ocurriese una guerra civil… Yo no creo que vuelva a suceder, pero, cualquiera, se dedique a lo que se dedique, en el ámbito público o privado, podría pensar, en una situación así, en la que se producen muchas venganzas, quiénes vendrían a por él. Y casi todos tendríamos una lista con los candidatos a ser esos posibles delatores. Éste es un país raro y un país como éste da un poco de miedo. Siempre ha sido un país muy cainita, muy vehemente y excesivamente intolerante con lo que no gusta. Al tipo que cae mal, a la gente le dan ganas de acogotarlo en vez de, simplemente, no tratar con él.
Uno de los momentos más temibles en la historia de cualquier país se produce cuando a la gente empiezan a parecerle aceptables o incluso normales medidas o leyes que son completamente anómalas y de todo punto inaceptables. Suelen aparecer poco a poco, luego se van acelerando. Las primeras nunca resultan muy graves—aunque sean injustas, arbitrarias y sin sentido—, y por eso casi nadie se rebela. Pero cuesta creer que a estas alturas no sepamos que después de esas primeras vendrán otras peores, y que por eso hay que denunciar aquéllas, por inocuas que parezcan, y no consentirlas…
Dice estar seguro de que la historia es cíclica y las cosas cambiarán. “Pero según uno va cumpliendo años se comienza a preguntar si llegará a ver ese cambio…, yo, sinceramente, creo que no llegaré a contemplarlo”.
Javier y yo somos contemporáneos; tal vez por eso comparto su temor. NS
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