Pocos intelectuales del siglo XX tienen una correspondencia tan estrecha entre su destacada talla intelectual y sus niveles de compromiso con el sufrimiento ajeno como Susan Sontag. Ella solía recordar con cierta frecuencia una frase adulterada de Gramsci: “el optimismo de la barbarie y el pesimismo de la inteligencia”. A eso puede que se resuman estas primeras décadas del siglo XXI (que tampoco es que haya sido tan diferente al anterior). Nadie con una pizca de lucidez y sensibilidad—ambas cosas no es tan común que vengan juntas—podría dejar de ver con horror el tránsito humano en estos tiempos de penuria general.

Juan Pablo Gómez, Susan Sontag, Sarajevo y Venezuela, Prodavinci, 20 de febrero de 2018).

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Para recordar a Susan Sontag, se reproduce a continuación la sección final de Contra la interpretación, su poderoso e histórico ensayo, que denunciara agudamente la actividad parasitaria de ciertos críticos que pretenden haber revelado significados ocultos en las obras de arte, sean éstas visuales o literarias. La frase que la cierra, además de memorable, encierra todo un programa. Según Sontag, antes que cerebralizar al arte hay que amarlo.

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Susan Sontag, el tranquilo poder de la verdad

El valor más alto y más liberador en el arte—y en la crítica—de hoy es la transparencia. La transparencia supone experimentar la luminosidad del objeto en sí, de las cosas tal como son. En esto reside la grandeza de, por ejemplo, las películas de Bresson y de Ozu, y de La règle du jeu de Renoir.

En otros tiempos (y esto va por Dante) pudo haber habido una tendencia, creadora y revolucionaria, a concebir las obras de arte de manera que permitieran su experimentación en distintos niveles. Ahora no. Sería reforzar el principio de redundancia, que es la principal aflicción de la vida moderna.

En otros tiempos (tiempos en que no abundaba el gran arte), pudo haber habido una tendencia, creadora y revolucionaria, a interpretar las obras de arte. Ahora no. Decididamente, lo que ahora no precisamos es asimilar nuevamente el Arte al Pensamiento o (lo que es peor) el Arte a la Cultura.

La interpretación da por supuesta la experiencia sensorial de la obra de arte, y toma a ésta como punto de partida. Pero hoy este supuesto es injustificado. Piénsese en la tremenda multiplicación de obras de arte al alcance de todos nosotros, agregada a los gustos y olores y visiones contradictorios del contorno urbano que bombardean nuestros sentidos. La nuestra es una cultura basada en el exceso, en la superproducción; el resultado es la constante declinación de la agudeza de nuestra experiencia sensorial. Todas las condiciones de la vida moderna—su abundancia material, su exagerado abigarramiento—se conjugan para embotar nuestras facultades sensoriales. Y la misión del crítico debe plantearse precisamente a la luz del condicionamiento de nuestros sentidos, de nuestras capacidades (más que de los de otras épocas).

Lo que ahora importa es recuperar nuestros sentidos. Debemos aprender a ver más, a oír más, a sentir más.

Nuestra misión no consiste en percibir en una obra de arte la mayor cantidad posible de contenido, y menos aún en exprimir de la obra de arte un contenido mayor que el ya existente. Nuestra misión consiste en reducir el contenido de modo de poder ver en detalle el objeto.

La finalidad de todo comentario sobre el arte debiera ser hoy el hacer que las obras de arte—y, por analogía, nuestra experiencia personal—fueran para nosotros más, y no menos, reales. La función de la crítica debiera consistir en mostrar cómo es lo que es, inclusive qué es lo que es y no en mostrar qué significa.

En lugar de una hermenéutica*, necesitamos una erótica del arte.

Susan (Rosenblatt Jacobsen) Sontag

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* hermenéutico, ca Del gr. ἑρμηνευτικός hermēneutikós; la forma f., de ἑρμηνευτική hermēneutikḗ. 1. adj. Perteneciente o relativo a la hermenéutica. 2. f. Interpretación de los textos, originalmente los sagrados. 3. f. Fil. Teoría de la interpretación de los textos. (Diccionario de la Lengua Española).

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Apéndice, suscitado por los comentarios de Graciela y Nacha:

“La foto parece ser de alumnos de algún colegio en Ámsterdam: separados por sexo, ninguno pone atención a la monumental Ronda nocturna, de Rembrandt. Lo indicado parece ser clavar la vista y los dedos sobre teléfonos móviles, y quien pudiera ser la maestra a cargo tampoco se ocupa de la pintura o de ellos, embebida como está en su propio teléfono celular a la izquierda del grupo”. (Comunicaciones modernas).

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