Tomado de
Mil preocupaciones le asaltaban al mismo tiempo, le obsesionaban y nunca le abandonaba esta desesperante idea: “Entre todas las expresiones, todas las formas, todos los giros, sólo hay una expresión, un giro y una forma que expresen lo que yo quiero decir”.
Y con la cara hinchada, el cuello congestionado, la frente enrojecida y los músculos tensos como un atleta en plena competición, luchaba desesperadamente contra la idea y contra la palabra, agarrándolas, acoplándolas a su pesar, manteniéndolas unidas indisolublemente con la fuerza de su voluntad, cercando al pensamiento, subyugándolo poco a poco con agotadores esfuerzos sobrehumanos, y encerrándolo, como a un animal cautivo, dentro de una forma sólida y precisa.
De esta formidable tarea provenía su extremado respeto por la literatura y por la frase. Una vez había construido una frase con tantos esfuerzos y tormentos, no admitía que se pudiese cambiar ni una sola palabra. Cuando leyó a sus amigos el cuento “Un corazón sencillo”, alguien hizo algunas observaciones y críticas sobre un pasaje de diez líneas en el que la mujer ya anciana acaba por confundir a su loro con el Espíritu Santo. La idea parecía demasiado sutil para el espíritu de una campesina. Flaubert escuchó, reflexionó, reconoció que la observación era justa. Y una angustia se apoderó de él: “Tiene razón… —dijo únicamente—, habría que cambiar la frase”. Aquella misma noche se puso manos a la obra. Se pasó toda la noche para modificar diez palabras, emborronó y tachó veinte hojas de papel, y, finalmente, no cambió nada, pues no había podido construir otra frase cuya armonía le resultase satisfactoria.
Al principio del mismo cuento, la última palabra de un párrafo que servía de sujeto al siguiente podía dar lugar a una anfibología. Se le señaló el descuido, lo reconoció, trató de modificar el sentido, no consiguió encontrar la sonoridad que buscaba y, desanimado, exclamó: “Peor para el sentido; ¡el ritmo ante todo!”
Esa cuestión del ritmo de la prosa lo empujaba en ocasiones a discusiones apasionadas: “En el verso—decía—el poeta tiene reglas fijas. Cuenta con la medida, la cesura, la rima y muchas otras prácticas ayudas, toda una ciencia del oficio. En la prosa, hace falta un sentimiento profundo del ritmo, ritmo huidizo, sin reglas, sin certezas, se necesitan cualidades innatas, y también fuerza de razonamiento, un sentido artístico infinitamente más sutil, más agudo, para cambiar, en cualquier instante, el movimiento, el color, el sonido del estilo, según las cosas que se quieran decir. Cuando se sabe manejar esa cosa fluida que es la prosa francesa, cuando se conoce el valor exacto de las palabras, y cuando se sabe modificar ese valor según el lugar que se le dé, cuando se sabe atraer todo el interés de una página hacia una línea, resaltar una idea entre otras cien, únicamente por la elección y la posición de los términos que la expresan; cuando se sabe golpear con una palabra, con una sola palabra, colocada de cierta manera, como se golpearía con un arma; cuando se sabe conmover un alma, colmarla bruscamente de alegría o de miedo, de entusiasmo, de pena o de rabia, sólo con colocar un adjetivo ante los ojos del lector, se es verdaderamente un artista, el mayor de los artistas, un auténtico prosista”.
Sentía por los grandes escritores franceses una admiración frenética; se sabía de memoria capítulos enteros de los clásicos, y los recitaba con una voz potente, embriagada por la prosa, haciendo sonar las palabras, escandiendo, modulando, cantando la frase. Los epítetos le encantaban: los repetía cien veces, asombrándose siempre de su precisión, y exclamando: “Hay que ser un genio para encontrar adjetivos semejantes”.
Nadie elevó más alto que Gustave Flaubert el respeto y el amor por su arte y el sentimiento de la dignidad literaria. Una única pasión, el amor a las letras, llenó su vida hasta el último día. Las amó violentamente, de una manera absoluta, exclusiva. ¶
Guy de Maupassant – Todo lo que quería decir sobre Gustave Flaubert*
Traducción: Manuel Arranz
Editorial: Periférica
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Gustave Flaubert (Ruán, 12 de diciembre de 1821-Croisset, 8 de mayo de 1880) fue un escritor francés. Considerado uno de los mejores novelistas occidentales, es conocido principalmente por su novela Madame Bovary, además de por su escrupulosa devoción a su arte y su estilo, cuyo mejor ejemplo fue su interminable búsqueda de le mot juste (“la palabra exacta”). Wikipedia en Español
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