La cumpleañera, que fue la que calificó más alto a la novela con 6 puntos, finalmente pudo leer el resumen sobre el autor. Pero fue Valentina, que había visto un documental sobre él, quien estaba más fascinada por el novelista; no tanto por la impresionante colección de premios literarios que ostenta, sino por sus casas, sus objetos de arte y su magnífico gusto y, por sobre todas esas cosas, su perfecta forma de expresarse, con riqueza del lenguaje y personalidad.
Gala nos brindó el placer de leer un libro bien escrito, en español y no traducido. Demuestra, además, buen conocimiento de la Caracas en que crecimos las Hormigas, de sus barrios y de la exuberancia de nuestros jardines—gracias a Dios que no ha visto nuestro Jardín Botánico de hoy en día—. Luego, Bernardo, el venezolano al que describe como Corín Tellado a sus galanes, tiene el mejor corazón de la historia; nos deja bastante bien parados, aunque él muera decapitado.
Lo que no entendemos es cómo Antonio Gala, con su excelente prosa, pudo escribir un libro así. ¿Quién ha dicho que un hombre sabe sobre la menopausia femenina, tanto como para hacer medio libro en torno al tema? Ninguna de las Hormigas conoce a nadie que haya sentido, como Palmira, todos los síntomas a la vez. Es tan desagradable y tan fatua esta figura central que nos hace pensar que el escritor se está vengando de alguna sifrina sevillana, o de todas, compactándolas en ese odioso personaje. Además, es poco creíble el viraje de personalidad que sufre Palmira: desprendiéndose de todo su pasado, tomando un curso—por lo rápido e insignificante parece bolivariano— y quedando como Enfermera Jefe en un hospital de Ruanda en pleno genocidio de los Tutsis. Nos pareció que son dos historias que no tenían nada en común, y como lo de Palmira no iba para ninguna parte, el escritor las pegó. Muchas no pudieron con el libro; las que siguieron leyendo por obligación sentían que no se acababa nunca. Exceptuando las bellas descripciones de Sevilla y de las distintas especies de plantas y flores, es repetitivo y fastidiosísimo aquel soliloquio de una Palmira egocéntrica, mirándose interminablemente el ombligo, sintiéndose perfecta y merecedora de todo pero muy infeliz con su vida la que, por otra parte, no tenía nada de mala y que por supuesto terminó perdiendo y dañando con su carácter y su proceder.
Es curioso que Palmira no esté bien dibujada en el texto; más allá de una melena castaña y de que vestía muy elegantemente no sabemos cómo lucía. En cambio, los personajes masculinos sí están retratados con detalle; del marido sabemos hasta que tenía mal aliento. Tampoco vemos con claridad a la Nana, que era como su pasado y su conciencia. Los diálogos son pocos e insulsos; no aportan nada, especialmente en la primera parte.
La segunda parte de la novela es al menos más interesante. Narra el renacer espiritual de Palmira cuando sale del jardín, cuando comienza a mirar a los ojos de los demás y al mundo exterior, sufriendo una transformación que, como ya se apuntó, es difícil de creer. Lo hace interesante la violencia de la guerra fraticida en Ruanda, que es un tema impactante y aterrador del que la novela nos da algunas pinceladas. La colonización belga, que según una de las Hormigas es “de lo last”, siguiendo el lema de divide y vencerás, separó a la población por etnias y por religión causando, al correr del tiempo y por los vericuetos de la historia, un genocidio donde murieron ochocientas mil personas asesinadas—al menos un 75% de los Tutsi—y produjo dos millones de desplazados que huyeron por la frontera con Zaire. Todavía la población no se ha recuperado de esa tragedia, que comenzó el 15 de julio de 1994.
Pero aunque el lector piensa que el libro va a mejorar, el escritor no lo logra; el interés sube y vuelve a bajar para, después de 497 páginas, encontrarnos con un final truculento y abierto. Antonio Gala, a pesar de todos sus premios, recibió una pobre evaluación del Hormiguero—4 puntos—junto con la convicción de que no habíamos aprendido nada con su novela y que, seguramente, en muy poco tiempo no nos acordaríamos de ella.
Quedamos en leer Rendición, de Ray Loringa, para el mes de julio. Cantamos completas Esta noche tan preciosa y Cumpleaños Feliz, para que Graciela apagara la vela de sus sesenta y nueve años con salud y sus amigas. Cerramos la tarde con una merienda deliciosa y una alegría de estar juntas que sólo se consigue en nuestro Hormiguero. NS
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En día del Hormiguero y cumpleaños de mi esposa, Nacha Sucre, hago llegar a ella y a su grupo mi alegría amorosa y mis augurios de nuevas conquistas literarias. No hay como enriquecer el alma con reuniones y trabajos como los de ustedes.