Es Victoria de Stefano una importante pluma venezolana, autora de novelas, alma universitaria e intelectual amiga de intelectuales y gente de cultura. Tomamos prestada de prodavinci.com la entrevista que le hiciera Hugo Prieto a raíz de su último trabajo: Vamos, venimos. (Seix Barral).
Victoria de Stefano: “En una novela tiene que haber verdad y belleza”
POR Hugo Prieto
Una generación a la que le tocó vivir —en el crepúsculo de la vida— los restos del naufragio. A esa generación pertenece la escritora Victoria de Stefano, quien acaba de publicar su novela más reciente. Vamos, venimos. La conjugación de estos verbos no sólo sugiere un movimiento pendular, sino un vaivén elusivo, como las olas del mar.
Esa es la atmósfera que ha construido Victoria de Stefano a lo largo de 300 páginas, que le llevó cuatro años de trabajo diario. Una línea, encabezada por un personaje, lleva a otra línea en la que aparece otro personaje que, a su vez, toma el testigo para contar su historia de vida. Cada uno de ellos lo hace de tal forma, que el lenguaje viene a ser otro de los personajes de la novela.
Vamos, venimos (editorial Seix Barral) se publicó en Colombia. A Caracas ha llegado a solicitud de lectores que aprovechan el viaje de un amigo a Bogotá para hacerse de ella como si fuese el remedio contra una grave enfermedad. “Voy a llamar a Victoria, quiero leer su novela”, me dijo Ana Teresa Torres el día que la entrevisté. “Ana Teresa, no va a ser posible, la novela la tengo yo y aún no la he terminado”, le dije y comprobé que en su mirada había una mezcla de decepción y algo así como apúrate.
Victoria está a punto de cumplir 80 años. Esta sola mención a su edad sugiere que su compromiso con la literatura sigue en pie. Leer y escribir… leer y escribir… leer y escribir como razón de vida. La autora está consciente del significado del tiempo. Por eso dice, con una serenidad que tranquiliza, que en el libro hay algo de testamentario. Pero con cada día que pasa, las páginas de otra narración, inédita, se compaginan en un archivo de su computadora. Sin importar lo que depare el destino, habrá un manuscrito en espera de un editor. Eso es seguro.
Vamos, venimos no es una novela representativa de la tragedia que vivimos los venezolanos. Pero el país y su declive imparable está en el trasfondo de sus páginas. A este sustrato que emerge con una pulsión constante, casi invisible, se refirió el poeta Arturo Gutiérrez Plaza con estas palabras: marea roja. Valga decir, 21 años de humillaciones, imposiciones, persecuciones penales y políticas, violaciones y una sucesión interminable de muertes, en fin, a la quiebra de Venezuela…
¿Qué significa para Victoria de Stefano escribir?
Para mí cada novela es un reto, un desafío. Mi primera novela es El desolvido. Luego viene La noche llama a la noche y, entre ésta y la siguiente, transcurrió mucho tiempo, porque yo estudié mi carrera con hijos. Una vida muy dura, Pedro (Duno, su esposo) andaba en lo que andaba (la insurgencia de izquierda de los años 60), estuvo preso muchas veces. En los sótanos del Sifa, en la cárcel de Ciudad Bolívar, en un calabozo de la alcaldía de Carúpano y yo iba en mí carro a cada uno de esos lugares, pero aún así nunca dejé de leer ni de escribir. Después de que terminé La noche llama a la noche, en la que yo siento que hay muchas de las cosas que yo necesitaba escribir y también decir, exploro otros formatos. Después de eso escribo El lugar del escritor y luego Pedir Demasiado.
¿Llegó al punto donde no hay vuelta atrás? ¿Digamos, donde no se puede atender a dos señores y la literatura se convirtió en su devenir, en su propia existencia?
Escribo Lluvia, pero también escribo ensayos, por ejemplo, Poesía y Modernidad (Sobre Baudelaire). En mis novelas hay elementos de la Filosofía, la carrera que yo estudié, en esos pasajes reflexivos, de análisis, de cierto distanciamiento, con respecto a un yo. La narración se diluye en muchos personajes. Esa tendencia al pensamiento también está en mis ensayos. Después viene Historias de la marcha a pie, que para algunos es mi novela más importante, porque obtuvo un cierto reconocimiento, a raíz de haber participado en el Rómulo Gallegos. Yo nunca he enviado un libro a concurso, lo ha hecho la editorial. En el caso del ensayo sobre Baudelaire, publicado por la Universidad Central de Venezuela, me llamó Manuel Caballero, que estaba relacionado con las publicaciones. Lo vamos a enviar, Victoria. Y lo mismo ocurrió con otras de mis novelas.
¿Ni siquiera sólo para ver qué ocurre?
Mi caso pudiera ser diferente, en la medida que yo escribo como si nadie la fuera a leer, como si nadie la fuera a publicar. Yo creo que siempre he escrito novelas con mucha libertad, digamos, con respecto a lo que quiero hacer, a lo que yo quiero decir, a lo que yo pienso que deben ser las novelas. Pero hay ciertas circunstancias, la marea roja, que impiden publicar en el país, pero yo me lancé con esta novela. Puede ser un testamento, no lo sé, porque estoy escribiendo otra. Yo no tengo 20 años, me puedo morir mañana, y quizás no la termine, pero allí está. No quiero ponerme pedante, pero hay escritores que han dejado novelas inconclusas y, pasados los años, se las publican. Claro, escritores grandes, yo no soy grande, yo soy solo alta.
Para el aparato de propaganda del señor Maduro también existe una marea roja de falso entusiasmo. Alerto para que no nos tomen por ingenuos.
Esa expresión se la oí a mi amigo Arturo Gutiérrez Plaza: marea roja. Y luego la mencioné en una conversación telefónica con mi hijo Rodrigo, que es un hombre de ciencia. ¿Mamá, tú has visto alguna vez una marea roja? No, nunca, hijo. Ni la veas, porque es una cosa terrible, acaba con todo.
Encuentro esta novela un poco distante, algo desprendida, del resto de su obra. Quizás hay algo de el estilo tardío, esa expresión de Adorno que Edward Said citó, a manera de título, para escribir un ensayo sobre los artistas, entre otros los narradores, que precisamente alcanzan el punto culminante y distintivo de su obra, precisamente, en la vejez.
Hay un escritor francés, Claude Simon, que, según entiendo, es el menos leído entre los escritores de franceses que han ganado el Nobel. Para mí es grande, un grande, un verdadero grande. Él es cercano al nouveau roman. Su última novela, Jardín Botánico, la escribió a una edad avanzada, creo que tenía más de 70 años. Muere muy mayor, pero tenía una gran prestancia física. Jardín Botánico es una novela totalmente vanguardista. Pero no desde un yo sino desde el panorama de su vida. El estuvo en España cuando la Guerra Civil. Dicen que perteneció a la resistencia. No hombre, yo lo que tuve en mi apartamento fue una imprenta. No me jugué la vida en eso.
Hablemos entonces de la subjetividad presente en Vamos, venimos del yo literario, cuyo interés único son sus reflexiones. Su exploración interna. ¿Y lo demás es sólo adorno del paisaje?
Claro, es una obra de vejez, la empiezo a escribir, a los 73 ó 74 años, no lo sabría decir porque con los años, las cronologías se me van. La termino en 2018. Son muchos años de trabajo, puede que en medio haya algún viaje, uno que hice a España, y en dos ocasiones a México, hubo algunas interrupciones. Pero creo que fue generando cuatro o cinco años de trabajo diario. Por eso, en estos últimos tiempos, en que la vida se ha vuelto tan complicada, si un día no me siento a escribir en la mesa de la computadora, siento que he perdido mi vida. En la vejez uno se vuelve más abstracto. En algunos casos, todo lo que se ha escrito, tanto por los críticos literarios como por los propios escritores, sobre el tema de la vejez gira en torno de aquellos que sin estar vivos están cerca de la muerte. Eso da otra madurez. Acuérdate que Proust muere sumamente joven. Tiene alrededor de 56 años, pero en la novela La muerte de las catedrales, él la ve, él la oye caminar, él la presiente. Pero además de mi vejez, de la vejez del escritor, está el país cuesta abajo en su rodada. Está la soledad… yo vivía con mis nietos, y los amigos de mis nietos venían a mi casa. Mis amistades, no es que he dejado de tener amigas, pero la gente ya no tiene carro o ya no maneja, también tiene enfermedades, tiene soledades. Esta soledad la estamos viviendo todos, ¿Sí o no?
La novela, sin embargo, no habla propiamente de lo que sucede en el país. Pero sí de ciertas vidas que se van agotando.
Pero es el país. Es el cansancio, el agotamiento, que todos sentimos. El hijo que vuelve con la madre, por ejemplo, es alguien que de alguna manera terminó con su vida. Pero la madre todavía tiene cierta energía, acuérdate que la mujer siempre tiene más energía. Para la madre ese viaje a Europa es muy importante. Su amiga, que es también su acompañante, ha vivido más experiencias, digamos, que ha llevado una vida menos doméstica.
Podría decir que los personajes no pueden superar las circunstancias de sus vidas, el peso de la marea roja. Quizás la madre tiene la posibilidad de darse una escapada. Pero finalmente regresa junto al hijo.
Tiene como más resistencia, esa resistencia que a veces pueden tener las mujeres.
Sí, porque el hijo se esfuma, desaparece.
En ese cansancio, en ese desaliento, ya no tiene ni fuerzas para dar batallas. ¿Dices que es una novela más libre? No lo sé. Lo más difícil de escribir es la primera novela. Cuando ya tú escribiste la primera novela, te quedan unos cabos sueltos. Unas líneas que te permiten pasar a la segunda. Y así sucesivamente, yo siento que había algo en Paliografías, el personaje masculino, que apunta a esta novela. Algunos cabos, algunas líneas de reflexión, de emocionalidad, de vida, de dolor, de sufrimiento, que estaban allí y pasan a esta novela. Incluso, en ciertos saltos que yo doy, no podría decir si al lector común le puedan gustar, pero ya un alguien, que no es un gran lector, me dijo que la novela lo arrastra.
También aquí, como en otras de tus obras, hay varios personajes, varios narradores.
En algún momento yo digo dentro de mí, pero también lo escribo en alguna parte, que en mis novelas hay historias de primera, de segunda, de tercera y cuarta mano. Es decir, este narra algo sobre alguien que a su vez narra algo. Lo dijo mi amigo Arturo (Gutiérrez Plaza), es una novela fractal*. Hay una línea, esa línea te lleva a otra línea, y de ahí a otra línea. Y así sucesivamente.
El personaje masculino regresa a la casa de su madre, pero el país sigue siendo el mismo.
Sí, regresa a un país semivacío, depauperado, a un país que no tiene mucho que ofrecer y que vivió otros tiempos. Y viene porque no tiene otra salida. Él vive en un barrio del centro de la ciudad y su madre le dice: Ven a vivir conmigo, que aquí vas a estar mejor y cuando llega a la casa de su madre, que es mejor que el lugar donde él vivía, pues viene a vivir la decadencia de ese lugar, viene a reconstruir el vecindario. Se interesa por los viejos y los nuevos vecinos que él conoció, indaga sobre sus vidas. De alguna manera tiene una visión antropológica de su entorno.
En las líneas que van de una a otra, como historias sucesivas, uno ve las secuencias de estos personajes, cuyas vidas no son muy distintas a las de Juan, los arrastra la decadencia y el cansancio.
Bueno, por eso es que la visión es antropológica, ¿No? Es esta soledad que nosotros vivimos. Imagínate la soledad de los chavistas. Gente que en un momento pudo decir algo que al menos pudo ser llamativo. ¿Qué pensarán ahora? ¿Cómo estarán? Y en algún momento puedes pensar que es arqueología, pero a mí no me gusta tanto, me gusta más la visión antropológica.
Y esa visión antropológica, ¿es la representación de lo que estamos viviendo?
Son pequeños detalles, pero que en el conjunto me llevaron a pensar… Nadie va a leer esta novela mía, a nadie le va a gustar, porque es una novela terrible. Lo único es lo que una vez me dijo Sergio Pitol. Tú lo tomas o lo dejas. En ese viaje que hice a México, Pitol me invitó a una de sus clases de la Universidad de Jalapa para que leyera y hablara sobre Historias de la marcha a pie. ¿De verdad quieres hacer eso? En esa novela no es tan fácil encontrar algo que te dé una visión de conjunto. Lee la parte de la muerte. Allí hay tres muertes (marcadas por la devastación que produce la agonía) ¿Pero cómo voy a leer una cosa tan terrible? Victoria, tú escribes de una manera jubilosa y eso hace que no sea tan terrible. Mientras leía me di cuenta de que Pitol no estaba equivocado. ¿Por qué uno puede leer novelas tan terribles, como las que escribió Dostoievski, y no aflojarlas? ¿Por qué uno puede leer las novelas de Tolstoi, el suicidio de Ana Karenina y seguir de largo? Alguien le dijo a Tolstoi que se le iban las comas, pero él estaba escribiendo otra cosa, él estaba escribiendo desde el delirio de ella. Cuando se trata de matar al personaje, yo no me paro en comas. Es decir, en la literatura tiene que haber verdad, es muy difícil, pero tiene que haber verdad, tiene que haber belleza y eso no es sino dos cosas: o el lenguaje o la forma en cómo tu vas desarrollando una historia. Quizás por eso, Marina Gasparini dice que el personaje principal de Vamos, venimos es el lenguaje.
Si bien otras novelas son la representación de la marea roja, ¿Qué podríamos decir de su novela? ¿Es la representación del submundo, del país sumergido que alguna vez fue?
Diría que tiene como telón de fondo la marea roja. De los escombros. De los restos del naufragio. Dos años después de 1998 caí en una depresión que si no es por la señora Dilcia que trabajaba en mi casa yo no hubiera logrado levantarme de la cama. Me pegó la situación por la que atravesaba mi hijo Rodrigo, a raíz de la crisis que vivía el Jardín Botánico de la UCV. Finalmente, él se fue a España a terminar su tesis de doctorado. Yo logro salir de esa depresión y al poco tiempo mi hijo Martín se enferma. Ese fue un golpe que lo sentí como una injusticia de la vida. Viví una situación muy penosa desde el punto de vista personal, agravadas, además, por la situación, también crítica del país. No es sólo que yo haya tenido esa experiencia. Cosas horribles le han pasado a la gente. Gente que se ha muerto de depresión, de tristeza, ha habido suicidios. No he conocido muchos, pero sí los ha habido. Yo he llegado a una edad en que la gente empieza a morirse. Yo sentí la muerte de Juan Sánchez Peláez. Pero era una vida cumplida. Además él fue feliz, tuvo una mujer (Malena) maravillosa. Eugenio (Montejo) murió de 69 años, su muerte nos afectó muchísimo. Él estaba en el esplendor de sus dones cuando muere. Eugenio estaba teniendo un reconocimiento internacional en México, en España, en toda América Latina. Después se muere mi amigo Miguel Arroyo. Está muriendo toda una generación marcada por un signo de tristeza.
Porque somos los restos de la marea roja.
Exactamente. La muerte de mi generación tiene un signo de tristeza dado por las circunstancias.
Leticia, la madre, es un gran desarrollo de la maternidad, pero también de los momentos en que ella se puede ver desprendida de su propia condición de madre, en momentos de silencio y soledad.
Ella no quiere juzgar al hijo, ella no quiere interferir, ni el hijo quiere interferir en ella. Ambos tratan de comportarse como personas altamente civilizadas. Ellos tratan de llevarse lo mejor posible. A mí me gusta cuando ellos se despiden en el aeropuerto. La amiga ha vivido más, tiene más experiencia. Es más incisiva. Habla de los maridos mediocres que tuvo.
Leticia no es propiamente una anciana, pero es una mujer mayor, que hace realidad un sueño, en ese viaje de búsqueda y de descubrimientos.
¿Es ella o la amiga la que dice que Guzmán Blanco está enterrado en el cementerio de Passy? (cuyos restos serían luego trasladados a Venezuela para ser enterrado en el Panteón Nacional). Son mujeres sensibles, de cierta condición social. Informadas, curiosas, interesadas en la vida todavía. Tienen una mentalidad, que he visto en mujeres aún en circunstancias muy difíciles.
Hay una contraposición. El hijo que viene del fracaso y la madre que va a ese viaje y quiere vivir lo que le resta con cierto entusiasmo y vitalidad.
Exacto. Hay partes en la que ella recuerda a los Beatles, a mí esa parte me gustó, yo estando en Suiza escuché una canción que era Yesterday y después Michelle de los Beatles y dije ¿Qué es esta belleza? Soy absolutamente sorda para la música y sobre todo para ese tipo de música, pero me parecieron bellísimas.
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* Fractal, viene del vocablo latino fractus (quebrado), en este caso aplicado a una novela que se va constituyendo a partir del desprendimiento de mucha ramas, de una rama se desprende otra rama y así sucesivamente, se va construyendo el entramado de la novela. Así podría avanzar al infinito… figuras fractales hay en la naturaleza el árbol por ejemplo presenta características de fractales espaciales y temporales.
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Triste, real en algo? Pero q mas q belleza y verdad como principio… ir y venir como las olas del mar.
No conocía esta escritora. Unas respuestas pueden desanimar desinteresar Y otras llevarte al cielo: “Yo sentí la muerte de Juan Sánchez Peláez. Pero era una vida cumplida. Además él fue feliz, tuvo una mujer (Malena) maravillosa.” una vida cumplida la queremos todos…