Yo no escribo para mí, no escribo para nadie, escribo desde y para la liberación del lenguaje, de lo que lo tiene cautivo. Si lo logro o no ya es otra cosa.
Victoria de Stefano
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Hoy murió de madrugada Victoria de Stefano, la gran escritora ítalo-venezolana nacida en Rimini*. He aquí el fragmento inicial de Hoy no haré otra cosa que escuchar, el comienzo de El lugar del escritor.
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¡Bah! la vida es una porquería, dijo Julio.
Era el día de su cumpleaños. Sí, una gran porquería. Una voz quizás demasiado aguda, pero no de malhumor, hasta del mejor humor se hubiera dicho. Cumplía sesenta.
A los sesenta comienza la vejez; no antes ni después, como creen algunos, bien porque son muy jóvenes, o bien por muy viejos. Claro está, la entrada puede adelantarse o retrasarse, de acuerdo con la vida que se haya llevado, disciplinada o no, de acuerdo a cómo habrá sido el paso a los cincuenta: brusco como un mal despertar, sereno y consciente, apostándole todavía unas cuantas bazas al porvenir. Sólo los muy ancianos no tienen futuro. Ningún futuro, más que el de rigor. Es esa falta de futuro, decía Bernard Shaw, lo que los hace tan peligrosos y poco confiables.
Pero en Julio la vejez estaba a punto, la había venido preparando desde mucho antes de lo que corrientemente se la espera. En lo más íntimo la tenía por un estado miserable, pero consolador en comparación con el infierno de la infancia y las tribulaciones de la juventud. Al fin, mientras antes llegara mejor. Era un alivio. Un drama menos intenso aunque de más peso.¶
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* En su honor, se pone acá un fragmento de la fantasía sinfónica Francesca de Rímini, el opus 32 de P. I. Tchaikovsky.
Q. E. P. D.
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