Retrato de Lucrecia por Bronzino

 

El retrato de casada, de Maggie O’Farrell, fue la novela que comentamos en el Hormiguero en este mes de julio del año veintitrés. La autora, muy premiada por cierto, nació en mayo de 1972 en Irlanda del Norte pero estudió en Inglaterra. Allí sufrió desde pequeña los sentimientos discriminatorios y racistas de compañeros y profesores; tal vez por eso sus personajes principales son aquellos que están en las sombras, los desdibujados, los olvidados por la historia. Este es el caso de la Duquesa Lucrecia de Médici, a la que rescata del olvido en este libro cuando encuentra, arrinconado en un museo, al lado de un extinguidor de incendios, un retrato suyo con una mirada de sobresalto que la inspira.

La protagonista de este libro era solo una niña de trece años cuando comienza la historia, una de los ocho hermanos de esta gran familia donde los varones eran preparados para la guerra y el gobierno y las niñas para matrimonios de conveniencia, alianzas que aumentaran la fortuna, el poder o el abolengo de la casa de Médici.

A pesar de ser un personaje real, y de que la investigación de la autora fue detallada y extensa, los datos duros encontrados fueron mínimos: su nacimiento, su matrimonio a los trece años y su muerte a los dieciséis. El resto de la historia es ficción; no puede ser tomada como cierta, aunque esté bien documentada y sea poética y muy bien escrita. Tiene descripciones tan detalladas y claras que parecen verdaderas; la hacen creíble los detalles sobre costumbres, trajes, construcciones, vocablos y usos propios del Renacimiento.

En la dividida Italia de 1560, era indispensable tener descendencia en quien confiar el legado, esto era lo que buscaba Alfonso d’Este, primogénito del duque de Ferrara cuando pidió la mano de María, hija del Gran Duque Cosimo de Médici, suponiendo que la hija sería tan fertil como la madre de la extensa familia. El destino quiso que María muriera antes del matrimonio, y quizás, para no desperdiciar lo avanzado de la negociación, ni la dote en prendas y alhajas que la acompañaba—calculada en un millón y medio de dólares actuales—sAlfonso pide la mano de la hermanita menor, Lucrecia, la niña que había visto sólo una vez, medio escondida con un animalito entre las manos. El matrimonio se arregla y dos años después, cuando tenía quince años, vestida con el mismo vestido azul que iba a usar su hermana muerta y con el mismo novio, doce años mayor que ella, se celebra la boda.

Lucrecia es descrita como una niña diferente, rebelde, curiosa, inquieta, más voluntariosa de lo acostumbrado, con habilidades artísticas destacadas y una imaginación desbordada. Relegada desde muy pequeña, pues fue criada en la cocina en vez de en el cuarto de los niños, ve como iguales a todos y le encantan los animales, aprecia su carácter y belleza. Hay una significativa escena con un animal salvaje en cautiverio, que logra un hermoso paralelismo con su propia vida.

Ella está sujeta, como la mayoría de las mujeres de su época, a los deseos masculinos de su padre, de su marido y hasta de su médico. Es gracias a su gran imaginación que evade las situaciones incómodas y logra mantener la cordura. Sin embargo, su intuición le advierte del peligro y es lo suficientemente inteligente como para tener miedo y estar alerta. La salvación, como en todas las novelas románticas, viene de manos de una nueva ilusión y aunque la historia es clara sobre el final de su vida, O’Farrell lo cambia por un final abierto, que a muchas Hormigas les encantó y a otras decepcionó. Hace también un guiño al interés de la protagonista por la pintura y el alto nivel cultural de la familia y su papel de mecenas de las bellas artes.

Alguna Hormiga encontró similitudes con la vida real de Lucrecia de Borgia, con las sospechas sobre su muerte y hasta con un retrato de ésta y la descripción del retrato de la de Medici, en la novela.

Con su título perfecto, El retrato de casada, publicado en marzo de este año por la Editorial Libros del Asteroide, y escrito en plena pandemia, obtuvo ocho (8) puntos en la evaluación del Hormiguero, medio punto por debajo de Hamnet, su novela anterior, que todas consideramos muy superior.

Leeremos La autopista Lincoln, de Amor Towles, el mismo escritor de Un caballero de Moscú, que tanto gustó en el Hormiguero.

Éramos quince Hormigas esta vez, sólo faltaron dos de las que están en Caracas. Nos recibió Carolina, todavía convaleciente de su caída, pero con su sonrisa y su optimismo intactos. Ella y las apodadas “Las del Sur”—Antonieta, Marisabel , Carmen Tahío y María Elvira (que no fue pero mandó un pasapalo delicioso)—nos obsequiaron una merienda fría variada y muy rica. Como siempre, el encuentro de las amigas fue lo mejor de la tarde, ese calor de la amistad verdadera que se ha fortalecido con los años y las lecturas. Como fin de fiesta, apareció un arcoíris gigantesco en el cielo de esa tarde que nos auguraba alegrías y continuidad en este maravilloso grupo de Hormigas. ¶

NS

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