El Reino, de Emmanuel Carrére (París 1957), fue el libro del mes. Las Hormigas nos reunimos en casa de Graciela. Teníamos de invitada a Fina Blanch de Oteyza, apoyada por nuestra hormiga Antonieta. Ellas saben de la Biblia, la leen, la comparten, la interpretan.
“El catecismo se aprende de memoria” y, hasta hace muy poco, “Los católicos no leen la Biblia”, son verdades que todas conocemos porque nacimos y fuimos criadas católicas. Me pregunto qué se pregunta el adulto que debe aprenderse el catecismo para convertirse y cómo lee la Biblia éste mismo personaje.
El libro, abiertamente autobiográfico, tiene un narrador inteligente, muy bien documentado, que trata de imaginarse la vida de los apóstoles; les da personalidades, los enfrenta a la historia que se desarrollaba casi cien años después de Cristo—aunque ellos aún no lo sabían—, cuando los romanos eran “El Imperio”; y a la vez narra su propia búsqueda en la actualidad.
Es un libro híbrido de ficción, ensayo y memoria que cuenta los orígenes del cristianismo desde que era sólo una secta, y a la vez la historia del narrador que persigue la fe, se encuentra con ella y la pierde.
Creo que el autor y su historia personal causó más impacto que la postal que nos muestra de los evangelistas y de los sufridos primeros cristianos.
Fina cree que el libro es un ejemplo perfecto de la modernidad, lo siente como lectura de Internet, no lineal. Piensa que el autor es demasiado erudito y, como nos lo restriega, molesta y puede quitarle valor al discurso. El narrador anhela la fe pero tiene miedo de ella, es demasiado racional. Ella cree que el autor no le da demasiada importancia al momento social y político de la época ni la contrasta con las vidas que cuenta. Dice que es un libro cínico, que destruye, que por erudito puede pensarse que tiene razón. Ella cree que siempre, siempre, “se escribe con un fin”.
Con un fin fueron escritos también Los Hechos de los Apóstoles y Las Cartas de San Pablo. Los Hechos, dice, vienen a ser como una recopilación de chismes de lo que pasaba en los turbulentos años del cristianismo. Las Cartas son muy buenas aunque desconcertantes, porque responden a problemas específicos de cada una de las diseminadas iglesias. Fina asemeja el testamento con un álbum de fotos: en aquellos acontecimientos, los que estaban presentes tomaron fotos desde sus propias perspectivas y por eso vemos diferentes enfoques de lo que significó conocer a Jesús, enfrentarse a la Resurrección y también a la vida comunitaria de la primera iglesia.
Marcos escribía para el pueblo más humilde.
Juan nos muestra a la Virgen María y dice que no le gustan los tibios.
Lucas busca recopilar toda la historia y resaltar la Resurrección. Sorprendió a muchas Hormigas la referencia constante a la fuente de información supuestamente usada por Lucas a la que el autor llama Factor Q. Dicen que son tradiciones orales y escritas en arameo, perdidas en el tiempo, que relataban la vida de Jesús, muchas de ellas luego traducidas al griego y utilizadas por los evangelistas.
Pablo, el ideólogo, organiza la Iglesia; no hace doctrina sino que contesta las dudas de los primeros cristianos. Es de hacer notar que los evangelios no dan ni una sola norma de cómo debe ser la Iglesia. Es Pablo, con sus cartas, quien pone un poco de orden en los grupos cristianos regados por el mundo antiguo.
Para finalizar, Fina da crédito a la investigación del autor, aunque siente que no toca al Antiguo Testamento ni tampoco a Las Parábolas del Reino, a pesar del título del libro. Piensa da mucho peso a la autobiografía del personaje que “cree creer que no cree”. Piensa, además, que Constantino, el César, en medio de la decadencia del Imperio tiene que reconocer a los cristianos porque no le queda más remedio. De allí en adelante la Iglesia, que es antes que nada una organización humana, ha ido evolucionando con los aciertos y errores característicos de la humanidad.
Antonieta nos habló de la búsqueda de la fe, “que la tienes o no la tienes”. “Dios te hizo libre. Te toca la puerta, si tú le abres, bien, si no, se va”. Piensa que es un libro que te hace reflexionar en que fueron seres humanos, con sus propios defectos y problemas, los que fundaron la Iglesia. Que es un libro organizado como guión de cine que puede ser peligroso: tal vez llevar a la fe a quien no la tenga o sembrar dudas en quien la tiene.
La parábola del hijo pródigo, tocada de forma tan explícita en el libro, la explicó Fina de forma clara con una anécdota actual y personalísima. Cuenta de un nieto con diagnóstico de autismo, que después de mucho practicar logró andar en bicicleta con soltura. La alegría y comentarios jubilosos que esto causó en la familia no pueden ser comparados con ninguna que celebrara hazaña semejante de los otros nietos.
El Apocalipsis, dice Fina, tiene un lenguaje diferente porque fue escrito en la clandestinidad; es como los mensajes cifrados que se envían desde la cárcel, en donde las visiones más terribles son posibles. Dice que otros piensan que son códigos de cómo va a ser el fin del mundo, con pestes, enfermedades y cataclismos.
Después de éste terrible y último libro la revelación ha terminado. Ya no se escribió nada más.
La novela de Emmanuel Carrére nos hizo admirar a Pablo, su carácter intransigente que explota ante los errores de los cristianos y lo hace fustigarlos en sus cartas. El ser judío, igual que a los apóstoles que conocieron a Jesús, los hace sentir cómodos y los inspira y estimula a que le cuenten sus experiencias y recuerdos. Es un gran ejemplo el que da Pablo cuando volvió a Jerusalén y fue humillado por sus pares. Él baja la cabeza y aguanta callado, para así mantener la unidad.
El reencontrarnos con Lucas, el escritor, el periodista de la antigüedad que nos cuenta gran parte de esta historia, es consolador. Es un personaje ya conocido por el Hormiguero gracias a Médicos de cuerpos y almas, pero en esta historia es un personaje melindroso, tibio, como los que no le gustan a San Juan. Pienso que el escritor se identificaba ampliamente con Lucas y lo impregna de sus propias características.
El narrador es considerado depresivo y con una fuerte crisis existencial, porque quiere confirmarse a sí mismo que es un agnóstico y trata de convertir a Jesús en un psicoanalista que cura con su palabra.
Este libro largo, tedioso para algunas, provocador y burlón para otras, que ataca a los cristianos y compara el cristianismo con las grandes revoluciones mundiales fue muy criticado pero sorprendentemente muy bien calificado con 8,3. Demasiadas Hormigas, a mi parecer, no leyeron la novela, pero de lo que sí estoy segura es que aquellas que la leyeron se llenaron de buena literatura y quedaron pensando en los temas planteados por muchos días.
Nuestra reunión de Hormigas, como siempre, fue un remanso en medio de las turbulencias que vivimos. La merienda perfecta y la atención de Graciela y Valentina inmejorable.
Quedamos en que para el próximo mes leeremos El afinador de pianos de Daniel Mason y debemos acelerar con la lectura de El Quijote pues tendremos, de nuevo, un visitante de altura. Gracias a Fina, Antonieta y a las Sucre Guruceaga por esa tarde llena de buena literatura y pensamientos profundos.
“La fe no es una hermosa locura y la razón una triste pordiosera”.
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