Las Hormigas abundamos, en la reunión del mes de abril en casa de Carolina, para discutir nada menos que la obra central de Rómulo Gallegos. Éramos dieciocho con Nury—que leyó el libro—, además de los tres invitados: nuestra querida Laura Febres—recientemente electa como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua—, Irma Weffer de Fauquié, profesora y filósofa y el ponente Rafael Fauquié Bescós (Caracas, 11 de noviembre de 1954), escritor, ensayista, poeta y docente universitario., cuya tesis de Doctorado en Ciencias Sociales de la UCV se llamó, justamente, Rómulo Gallegos: la realidad, la ficción, el símbolo.
A pesar de que habían repetido, varias veces, que nos portáramos bien, y el vino había sido dispuesto para después de la charla, cuando llegó el ponente, Carolina, que iba a hacer la presentación, gritó: “¡Niñitas!”, para que calláramos. Fauquié, que ya había entrado con una sonrisa, preguntó: “¿Niñitas?”, ya sin poder aguantar la risa; era mucha la expectación y también la bulla. El libro del mes, Doña Bárbara de Rómulo Gallegos, obtuvo 9,6 puntos, una de las calificaciones más altas en la historia del Hormiguero. El presentador, con una voz profunda que logró imponerse, y a la velocidad del rayo—Ana María habla despacito en comparación—, explicó cómo busca conocer la historia de Venezuela, no en los textos de historia, sino en la literatura. Su propósito: entender a Venezuela desde lo venezolano y descubrir lo que existía pero mirándolo desde la ficción basada en la realidad. Todo escritor, señala, escribe para decir algo y destacar aquello que para él es lo más importante de su existencia.
Es el caso de Rómulo Gallegos (1884-1969), político que llegó a la Presidencia de la República con el ochenta por ciento del voto popular—aunque los militares lo tumbaron a los nueve meses. Considerado un prohombre, formador de la élite política de la generación del veintiocho y calificado como el novelista venezolano más relevante del siglo XX, vivía en un país retrasado donde mandaba Juan Vicente Gómez y las únicas élites instruidas que sobrevivían eran las que recogían “las migajas del poder a los pies del caudillo”. Eso es lo que refleja la literatura de la época: Venezuela era un proyecto frustrado y condenado al fracaso.
Gallegos aceptaba la realidad pero apostaba a que con educación ética, con moral para todos los ciudadanos se podría lograr la anhelada democracia. Su intención política se trasluce entonces en su literatura, y el enfrentamiento entre la civilización y la barbarie aparece en cuentos como La rebelión y Los aventureros, donde “la fuerza primitiva del bárbaro se impone sobre el civilizado”. La inclusión de lo moral como supremamente importante se refleja en Reinaldo Solar (1920), quien a pesar de ser culto y civilizado fracasa por su falta de ética.
Se dice que el general Gómez, que gustaba de rodearse de los mejores intelectuales, trató de varias maneras de atraer a Gallegos a su corte, pero él, que había jurado no volver mientras Gómez estuviera mandando, siempre se negó. Volvió de España ya muerto el dictador en el año treinta y cinco.
Es en La trepadora (1925), donde el hombre civilizado logra sobrevivir y medrar sin arrodillarse ante la barbarie ni ante el caudillo; su desenlace optimista refleja más esperanza. Gallegos cree en el individualismo asentado en la educación y la ética como bases de la convivencia democrática.
Rómulo Gallegos tenía cuarenta y cinco años cuando en 1929 publica su obra maestra. Pasó una Semana Santa en el Cajón del Arauca, donde algunos de los personajes de la novela realmente existieron y con los mismos nombres. Claro que el escritor idealiza a sus protagonistas y las faenas del campo. Dicen que Doña Bárbara está inspirada por Doña Pancha Vázquez, que no tenía ni por asomo la belleza y el porte del personaje galleguiano. Sí era marimacha, pues para la época mujer que domara ganado y llano no podía ser de otra forma. Era inconcebible también que una muchacha humilde, campurusa e iletrada como Marisela, pudiese surgir y civilizarse sin el apoyo de un hombre bueno y respetuoso como Santos Luzardo—un enfoque bien machista hoy día. Pero Gallegos, en la novela, trabaja tipos y da pinceladas de la realidad; para poner sólo dos ejemplos: Mr. Danger es el extranjero que encuentra su mina de oro en estas tierras y quiere imponer su propia ley, y Doña Bárbara, que fue brutalmente agredida en su juventud, se siente con derecho a violentar todo lo que toca.
El llano, el centro del país, donde se desarrollaron grandes batallas de la Independencia, es el escenario de la novela y el motivo más y mejor dibujado por la poesía del escritor. Ese llano indómito se enfrenta a Santos Luzardo, el patiquín de ciudad, y lo agrede con fuerza sin importar su origen ni su educación, pero a pesar de su gran poder tiene que aceptar y darle paso a la fuerza civilizadora. Francisco Baquero—ojo, no Barquero—, que también nos acompañó, contó que visitó la hacienda Altamira, la misma de la novela en el Cajón del Arauca. Recuerda que la casa era como cualquiera de las de la urbanización del mismo nombre en Caracas, y que tenía una producción de carne procesada y refrigerada que distribuía y exportaba desde una gran pista de aterrizaje en sus propias tierras; seguramente hoy no está así.
Santos Luzardo domó al postro mostrenco y a sus peones en un solo capítulo, pero Venezuela retrocedió. Los atavismos nos han llevado de nuevo a la barbarie, al caudillo, a la brujería. “Algún día será verdad. El progreso penetrará en la llanura y la barbarie retrocederá vencida. Tal vez nosotros no alcanzaremos a verlo; pero sangre nuestra palpitará en la emoción de quien lo vea”. Gallegos logró con la ficción dar un ejemplo que hasta ahora es deseable. Puso su sensibilidad poética y su moral al servicio del país. La venezonalidad es su proyecto ético.
Doña Bárbara, como toda gran obra, da para muchas lecturas. María Isabel, como buena psicóloga, vio todo tipo de simbolismos y considera que a nivel psíquico el más importante es cuando Santos Luzardo entra en el cuarto, cerrado por años, donde murió su padre y retira la lanza clavada en el bahareque; ése es para ella el punto de partida. Santos mata al padre—en sentido figurado—, y comienza la reconstrucción. Rose deliró con La Doma y vislumbró nuestras raíces en el centauro del llano. Para mí el pasaje más hermoso es cuando Santos descubre la belleza de Marisela al lavarla. “La frescura del agua en las mejillas, que ahora le están produciendo sensaciones desconocidas. ¡Sí se siente la belleza! Estas sensaciones nuevas y tiernas no pueden tener otra causa. Así debe de sentir el árbol, en la corteza endurecida y rugosa, la ternura de los retoños que de pronto le reventaron. Así debe de estremecerse la sabana, cuando, un día, después de las quemas de marzo, siente que ha amanecido toda verde. Le ha dejado, también, la emoción de unas palabras nunca oídas hasta entonces. Las repite y oye que le resuenan en el fondo del corazón, y se da cuenta, a la vez, de que su corazón era algo negro, hondo, mudo y vacío. Pero algo sonoro, también, como el pozo que está junto a su casa, oscuro, profundo y con un espejo de agua allá dentro. “Es preciosa esa criatura”… Y la voz resuena, honda, como el pozo cuando se habla sobre el brocal”.
Fue una tarde completa y maravillosa; “las niñitas”, con el vino y la merienda que estaba deliciosa, volvieron a las andadas. No nos pusimos de acuerdo en cuál libro vamos a leer en mayo, pero sí aceptamos a María Margarita Méndez Marcano de Montero en nuestro Hormiguero. ¡Bienvenida!. Estamos seguras de que tienes mucho que aportar.
NS
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