El jueves 18 de junio de 2014 nos reunimos en casa de Ana María a comentar sobre la obra cumbre de la literatura latinoamericana. Sentadas en la elegante sala principal, huyendo del bochorno de las tres de la tarde, agitando los abanicos bajo la mirada atenta de una muñeca de Shirley Temple de ochenta años de antigüedad, éramos la viva estampa del realismo mágico.

Por sugerencia de Elizabeth, y para honrar a Gabriel García Márquez, que murió en México el 17 de abril de este año, releímos Cien años de soledad. De nuevo nos atrapó la magia y la belleza de la novela, que cuenta con detalles cien años en la vida de una familia latinoamericana en Macondo, un pueblo mítico del Caribe. Una historia circular y repetida en muchas de nuestras propias historias, donde desde el comienzo se pronostica el final y que a pesar de ello sorprende.

Es tanta la imaginación del autor, y tan asombrosos los acontecimientos que narra, que pareciera que hubiese estado bajo las influencias de la mariguana mientras lo escribía; pero el lector, sumergido de lleno en la narración, los llega a aceptar como ciertos, o al menos, los considera posibles.

Es un libro que debería llevar entre sus páginas un árbol genealógico pues, como es común en nuestra cultura, se repiten los nombres generación tras generación y, como bien dice Isabel Allende, “…se confunden los personajes en los libros de escribir la vida”. Allí se narra la historia de seis generaciones. Sesenta y nueve personajes—muchos con nombres repetidos—protagonizan la historia de su soledad acompañada, aunque es el amor el hilo narrativo que mueve la trama. En el libro se tiene la ilusión de que todo está sucediendo en el presente, en el mismo momento, a pesar de que son cien años de historia. Es como ver crecer a un ser vivo: hay un nacimiento en la fundación de Macondo, luego desarrollo y crecimiento de la familia y del pueblo mismo, y después la destrucción que comienza con la llegada de los extranjeros, la bonanza, con los botiquines y burdeles, y más tarde la ruina.

Muchos suponen la narración autobiográfica, ya que García Márquez nació y vivió buena parte de su infancia en el pueblito de Aracataca—parecido, como muchos otros, a Macondo—y su propio abuelo, quien lo crió, era coronel como José Arcadio el fundador, y había peleado en la Guerra de los Mil Días. El Gabo nunca negó que la novela tuviera rasgos autobiográficos: de él, de su familia, de Colombia, de Latinoamérica, de su época. Es tal vez por real y creíble que se ha traducido a treinta y cinco idiomas y ha sido leído por todas las culturas del mundo en más de treinta millones de ejemplares.

En el grupo en general, no disfrutamos de los relatos de guerra y algunas consideraron desagradables las múltiples relaciones incestuosas. Tuvimos sin embargo que reconocer que da una imagen nítida de la historia de Colombia, su política y su eterna guerra, y que esas relaciones que desagradan, por el tabú que conllevan, son más comunes de lo que quisiéramos. El libro obtuvo del grupo una altísima puntuación, nueve, y no logró más por las preferencias políticas del autor y su amistad con el dictador de Cuba.

La casa familiar es el terreno del relato, en ella viven las grandes miserias y los amores más importantes. Se transforma de muchas maneras en cien años, como la vida misma. Antes de escribir Cien años de soledad, el autor llevaba tiempo escribiendo una novela que llamaba La casa y que nunca publicó. Es conocido que la inspiración de su obra cumbre surgió después de visitar, con su madre, la casona de su infancia, en Aracataca, a raíz de la muerte de los abuelos. Dicen que la casa eres tú en el lenguaje de los sueños; es el escenario interno de cada quien.

En un año terminó de escribir la novela apoyado incondicionalmente por su esposa, a pesar de que las penurias económicas eran tan grandes que, cuando llevó el manuscrito al correo para enviarlo a Buenos Aires en 1967, para su publicación por la Editorial Sudamericana, no le alcanzó el dinero que tenía. Mandó entonces sólo una parte, fue a su casa, vendió unos enseres y volvió para despachar el resto. Éste mismo hombre se codeó después con los más notables de la literatura y de la política; viajó por todo el mundo. Hizo un manejo genial de las relaciones públicas y, luego de su salto a la fama, supo mantenerse en el tope como muy pocos. Fue prolífero, sus artículos, crónicas periodísticas y literatura de ficción inundaron al mundo mientras vivió. Para muchas de nosotras es El amor en los tiempos del cólera el libro preferido entre todos.

Pero es Cien años de soledad el que lo pone en el tapete de la literatura mundial. Es una obra diferente; no sigue las técnicas literarias de aquel momento, no utiliza diálogos, sólo narración, y logra que la ficción se apropie del lector. Aunque es una literatura de placer, induce a discurrir sobre temas como el amor, el poder, la magia, las grandes pasiones, la locura, la muerte y el más allá. Es el texto que pone a la literatura latinoamericana a competir en el mundo, es una obra maestra, un “…libro clásico que todos conocen aunque algunos no lo hayan leído y lo más sorprendente es que cualquiera lo puede leer. Solo necesita inteligencia y atención”. En él, los personajes sufren del mal de los amores apasionados y muchos mueren o son condenados a la soledad por ello. El autor les da tanto realismo que vemos con claridad lo que pasa en la multiplicidad de cuentos que nos narra pero, además, vemos dentro de la cabeza y de los sentimientos de los personajes. Representan éstos, en algunos casos, como en Fernanda Carpio, las diferencias no tan sólo de las clases sociales colombianas sino de la forma misma de ver la vida entre la capital y la costa. La magia, el misticismo y las creencias esotéricas, omnipresentes en toda la novela, tienen a sus representantes en Melquíades, con sus ciencias ocultas, y en Pilar Ternera, profetisa de la familia y amante de dos de sus miembros. Hay personajes inolvidables que todas las Hormigas recordábamos de la primera lectura, como Mauricio Babilonia y sus nubes de mariposas amarillas y Remedios, la Bella, “la mujer más hermosa del mundo”, que subió al cielo en cuerpo y alma llevándose las sábanas de Fernanda. Pero el personaje preferido, el más importante, el cerebro lúcido y sostén económico de la familia, resultó ser Úrsula Iguarán; ella fue la única razonable en “…esa casa de locos” y en esa familia donde la historia daba vueltas y volvía a repetirse. Vive más de cien años y cohesiona la historia de los Buendía a pesar de su ceguera y decrepitud. Algunos ven la novela como la sumatoria de innumerables cuentos, pero ella tiene la virtud de obtener una historia redonda e inolvidable para el lector.

Cien años de soledad es un clásico; fue un verdadero placer volver a leerla y surgieron anécdotas y datos curiosos. Ana María, una vez cuando tenía las niñas chiquitas, contrató para cuidarlas a una hermana del Gabo. Dice que la mujer, una señora en todo el sentido de la palabra, lloraba tanto de nostalgia que tuvo que devolverse a Colombia con su familia.

Para la próxima reunión nos toca leer a Leonardo Padura en su novela Herejes. Sería maravilloso tener algún invitado que nos ilustre sobre las andanzas del pueblo judío en América. Se aceptan sugerencias.  La fecha propuesta es el martes cinco de agosto en casa de María Eugenia.

Yo les propongo una visita que puede resultar agradable y tiene que ver con un libro de Boris Izaguirre que estoy segura muchas, si no todas, leyeron: Villa Diamante. Mi hermana Andreina, con su grupo de lectura, hizo una visita guiada a la quinta El Cerrito, diseñada en su totalidad por el famoso arquitecto italiano de los cincuenta Gio Ponti, por encargo de la familia de Armando y Anala Planchart. La casa, mantenida por la Fundación Planchart impecablemente, acepta estas visitas por un precio de doscientos bolívares por persona y me aseguran que es una maravillosa experiencia. El contacto es Carolina Figueredo y su teléfono es 0414-3620220. Díganme qué les parece.

Les ruego perdonen la tardanza con la minuta, tuve problemas con mi máquina, pero la hice con mucho cariño.

NS

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