La lectura de la novela Tokio blues de Haruki Murakami, fue un descubrimiento para mí. El autor, mi contemporáneo en edad y de la mayoría de Las Hormigas, me hizo sentir una empatía casi inmediata con la obra. Su juventud, la de Toru Watanabe, personaje principal de la novela, y la mía transcurren al mismo tiempo oyendo la misma música y sufriendo de la misma adolescencia.

Algunas veces, bromeando, me han preguntado si no quisiera volver a tener veinte años. Mi respuesta siempre ha sido que no; preferiría, sin ninguna duda, una regresión a los treinta. La edad en que la ilusión de la niñez se esfuma no es, definitivamente, mi preferida. El rompimiento con la protección absoluta de la familia, sobre todo entre los latinos y latinoamericanos, es doloroso, difícil y traumático. Tanto así que no todos logran sortearlo. Algunos mueren en el intento, o quedan dañados irremediablemente por el alcohol y las drogas. Este libro me enseñó que en tierras tan lejanas como Japón, el problema era el mismo en los años sesenta y todavía lo es.

En la adolescencia no te encuentras a gusto prácticamente con nada; ni con la sociedad ni con lo pautado por ella, ni con la familia y su intromisión constante en tus asuntos, ni con el cuerpo mismo que comienza a crecer de forma desordenada y a exigir con urgencia acciones inimaginables con anterioridad. Tener, además, que tomar decisiones definitivas para tu futuro no alivia la situación. Al protagonista del libro se le presentan las dos alternativas: la del avance ciego, que no le importa a quién o a qué se lleve por delante y el anonimato al que se siente atado.

A nuestra generación le tocó vivir la que considero la época más importante de la historia de la juventud, al menos la más publicitada. En ella, las barreras fueron estiradas hasta límites hasta aquel momento inconcebibles. Es una canción del principal grupo musical de aquella revolución, Norwegian Wood de los Beatles, la que desata la trama de la novela y en algunos idiomas la titula. Se desarrolla en la época cuando el movimiento hippie escandalizó al mundo y el lema Paz y amor motivó multitudes.

El libro también está lleno de otras alusiones a la música; hay muchísimas referencias al mundo del jazz. Aparecen en la novela Bill Evans, Miles Davis y otros. Igualmente, está presente el pop de los sesenta que interpreta Reiko en su guitarra. Y no faltan los Beach Boys o Nat King Cole. Hace referencia a Rossini y a Beethoven, a Mozart y a Vivaldi. Y es que Murakami trabajó en una tienda de discos cuando fue universitario, como lo hace el personaje de Tokio Blues. Dicen que Murakami tiene más de 7.000 discos de pasta en su casa, que ha ido coleccionando desde aquella época.

Me conmovió cómo el autor describe los eventos cotidianos, con palabras llenas de poesía para los pequeños detalles y la belleza de la naturaleza. Se recrea y se dedica con el mayor cuidado a hablar de la comida; quiere que sus lectores sientan hambre mientras lo leen. En una entrevista, Murakami dice que así puede describir con más fidelidad “el amor, la tristeza o el sentido del vivir”.

Casi no “pasa” nada en la novela. Ella es un deambular por calles anodinas y el interior de los personajes y, sin embargo, nunca se hace fastidiosa o repetida; antes bien, destaca por lo bello y profundo de la narración.

En el libro, el border line en que se encuentran los adolescentes está perfectamente delineado. La disyuntiva entre la vida normal o la muerte, entre la cordura o la insania, entre la realidad o las drogas es descrita con detalle que conmueve. Pero es la muerte la que está presente desde el principio, aunque no se la nombre; aparece durante toda la novela como un personaje más, imponiéndose a la historia. Sé que el tema del suicidio es un tema que en la cultura japonesa no es percibido como lo vemos nosotros, pero se ha convertido en un problema que perturba a aquella sociedad por la cantidad de jóvenes que se pierde con ésta práctica.

Es clara la percepción del autor en pasajes como:

La muerte no existe en contraposición de la vida sino como parte de ella… Hasta entonces había concebido la muerte como una existencia independiente, separada por completo de la vida… Me parecía un razonamiento lógico. La vida está en esta orilla, la muerte, en la otra. Nosotros estamos aquí y no allí.

A partir de la noche en que murió Kizuki, fui incapaz de concebir la muerte (y la vida) de una manera tan simple. La muerte no se contrapone a la vida. La muerte había estado implícita en mi ser desde un principio. Y éste era un hecho que, por más que lo intenté, no pude olvidar… Estaba en la plenitud de la vida y todo giraba en torno a la muerte.

O en éste:

Es una realidad. Mientras vivimos vamos criando la muerte al mismo tiempo. Pero ésta es sólo una parte de la verdad que debemos conocer… El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar ese tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar ese dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso.

Esto nos hace pensar muy detenidamente en esta verdad indiscutible de la que no podemos escapar, y nos deja la enseñanza que aprendió el autor de esa terrible experiencia. El tema es tratado de diferentes formas y visto desde distintas perspectivas todas ellas enternecedoras y realistas. Como cuando dice Midori:

En mi familia todos contraemos enfermedades graves y morimos tras una larga agonía. Debemos llevarlo en la sangre. Tardamos muchísimo en morirnos. Tanto que al final no sabes si estás vivo o muerto. La única conciencia que queda es la del dolor y el sufrimiento… Tengo miedo de morir de ese modo. La sombra de la muerte va invadiendo despacio, muy despacio, el territorio de la vida y, antes de que te des cuenta, todo está oscuro y no se ve nada, y la gente que te rodea piensa que estás más muerta que viva… Es eso. Yo eso no lo quiero. No podría soportarlo.

En el blog Letras libres encontré esta reflexión sobre la novela, que comparto: “El tema de la muerte de los seres queridos y la fugacidad de la vida… se despliega aquí con una intensidad ensordecedora que contagia el estado anímico del lector… Tokio Blues no solamente narra el paso a la edad adulta, sino a la madurez que se adquiere cuando uno se enfrenta de cerca con la muerte—ya sea de un hermano o de la pareja—, con la pérdida y la imposibilidad de permanecer”.

Otro tema constante es el de la insania. Es en la adolescencia cuando es más fácil volverse loco. Las presiones externas e internas son insoportables para muchos, y se corre el riesgo de perderse en la propia mente buscando soluciones. Para los que tenemos cercano un caso de este tenor, el libro está lleno de datos interesantes para poder manejarlo y no perdernos con los pacientes en su dolor. Por ejemplo:

…en su caso hay muchos problemas que se entrelazan, como en un enrevesado amasijo de hilos, e ir soltando cada uno de estos hilos es un trabajo ímprobo. Desenredar todo esto puede llevarle muchos años, aunque también es posible que todos los hilos se desaten de golpe… Lo fundamental es no impacientarse. Ése es otro consejo que te doy. No te precipites. Aunque las cosas estén tan intrincadas que no sepas salir del paso no debes desesperarte, no debes perder la paciencia y tirar de un hilo antes de la cuenta. Hay que desenredarlos uno a uno, hay que tomarse todo el tiempo necesario… Esperar es duro… Esperar días y días a que ella se cure sin poder hacer nada… En esto no hay plazos ni garantías…

El sanatorio donde va Naoko es un lugar de ensueño. Separado de la realidad, autosuficiente en todo para no contactar con nadie. Allí tratan de curar a los pacientes con un médico que está más loco que ellos. El tratamiento que utilizaban es, como en muchos casos sigue siendo, experimental, pero no por ello falto de razón. Así dice:

De vez en cuando se excita, llora. Pero no pasa nada. Es sólo eso. Está exteriorizando sus emociones. Lo preocupante es cuando no logra sacarlas afuera. Se acumulan en su interior y se enquistan. Las emociones van petrificándose y muriendo dentro de uno. Eso sí es terrible…

O también:

No has cometido ningún error, así que no te preocupes. Di lo que sea con franqueza. Es lo mejor. Aunque os hiráis el uno al otro, o aunque, como ha sucedido antes, uno acabe alterando los nervios del otro. Viendo las cosas con perspectiva, es lo mejor que podéis hacer… se trata no tanto de querer ayudarla como de desear curarte a ti mismo mientras la ayudas a curarse… En resumen, tienes que ser sincero. En el mundo exterior la gente no suele hablar con franqueza, ¿no es cierto?

Hay fragmentos llenos de enseñanza que considero los jóvenes deben leer:

Nosotros (con “nosotros” me refiero a la gente normal y a la que no lo somos tanto), todos nosotros somos seres imperfectos que vivimos en un mundo imperfecto. Y no debemos vivir de una manera tan rígida, midiendo la longitud con una regla y los ángulos con transportador como si la vida fuera un depósito bancario. ¿No te parece? (…) No te reprimas por nadie y, cuando la felicidad llame a tu puerta, aprovecha la ocasión y sé feliz. Puedo decirte por experiencia que esas oportunidades aparecen dos o tres veces en la vida y, si las dejas escapar, te arrepentirás para siempre.

Los personajes femeninos son tratados con ternura y comprensión. El respeto del personaje principal por las razones más íntimas de las muchachas es tan intenso como su deseo sexual por ellas. Trata el tema sexual con pasión y delicadeza a la vez. Es descriptivo y hermoso. Leer esos pasajes excita la conciencia erótica e induce a la ternura.

Hay quien compara a Murakami con los propios Beatles, dada su notoriedad en Japón. Le pasa a él que huye del éxito, que ama el anonimato. Ha llegado a decir que cuando no escribe le gustaría, simplemente, “dejar de existir”. Al percatarse del éxito de ésta su más importante novela, decidió irse de Japón por un buen tiempo.

Él opina que “las novelas largas que no hagan cuestionarse a los lectores acerca del sentido de la historia, el flujo de su conciencia o la firmeza de la base de su existencia, no deben escribirse ni leerse”. Tal vez por ello ésta es una novela corta y su final es abierto. El personaje no sabe ni dónde está. Murakami exige al lector que esté dispuesto a ir más allá, que escriba ahí donde él decide no escribir.

NS
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 Norwegian wood – John Lennon

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